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Vamos a ver un ejemplo que puede ocurrir tranquilamente en cualquier Empresa Familiar:
Un hijo, recién recibido y que comienza a incorporarse poco a poco en la empresa realizando tareas de importancia.
Contento, alegre y agradecido por el desafío que tiene entre sus manos, recibe de su padre un pedido para gestionar a un nuevo cliente que tiene mucha potencialidad y que a futuro, puede ser una fuente de ingresos muy importante para la familia empresaria.
Después del conocimiento del cliente y tras varios meses de gestión con el mismo, el padre le pide que elabore un detallado informe de toda la experiencia.
El hijo, comienza a elaborarlo presuroso y exhibe un fenomenal nivel de concentración y de pasión para realizarlo.
Después de muchos días de trabajo, lo entrega, y como fiel exponente de la Generación Y, aguarda ansioso y expectante una retroalimentación y el esperado reconocimiento.
El padre lo llama a su oficina, una oficina cargada de simbolismo (con retratos de él mismo y de las máquinas utilizadas en la fabricación por todos lados) y lo felicita por el informe (sin ser demasiado demostrativo). Le dice que espera que continúe por este camino y rápidamente pasa a otro tema no sin antes despedirse con un: “Para la próxima vez, lo quiero un poco más rápido”.
Ante la felicitación (aunque no del todo expresiva), cualquiera estaría contento, sin embargo Fernando (vamos a llamarlo así), sale del escritorio de su papá desesperado; cree que hizo todo mal porque debería haber sido más rápido en la entrega. Así, pasa por alto toda congratulación posible. Extrae solamente el “probable” detalle negativo que, de esta manera, anula todos los demás componentes de la realidad.
¿Qué se puede hacer ante esta situación?
Aquí aparece la Inteligencia Emocional, y está claro que Fernando no la tiene, está filtrando la realidad. No controla sus emociones, por lo que tergiversa su punto de vista, con los consiguientes peligros que ello puede conllevar a futuro en la relación con su papá.
Estamos de acuerdo en que el padre tampoco es demasiado afecto a practicar el reconocimiento, pero es sabido que la inadecuada expresión de las emociones es una característica bastante saliente de los Baby Boomers, los cuales muchas veces no están acostumbrados a mostrar sus sentimientos con demasiado fervor, cuestión que puede agravarse si es un líder un poco autoritario.
Lo mejor es el diálogo, que se acostumbren a hablar de todos los temas, por más difícil e intimidante que parezca (es fundamental que puedan hablar de lo que les molesta del otro). Una buena comunicación es el seguro de vida de cualquier familia empresaria.
También, claro está, es imperioso que Fernando “no se haga la cabeza”. La “frialdad” del padre no es motivo para que transforme lo que vivió.
Cuando describimos una realidad solemos cometer un error: Confundimos los hechos reales con nuestra personal, única e intransferible forma de interpretarlos. Dentro de nosotros empieza a darse una especie de “charla interior” en la cual nos explicamos lo que estamos viviendo…
Muchas veces, introducimos distorsiones en esta conversación interior, las cuales pueden provocarnos emociones negativas ante hechos que no son tan importantes o que verdaderamente, no ocurrieron de esa manera. Creamos así un pensamiento no del todo grato, que evidentemente nos afecta. Eso es lo que le sucedió a Fernando.
Se darán cuenta que el manejo de las emociones, es importantísimo en cualquier familia empresaria…
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